Fue una de las campañas publicitarias
más comentadas y premiadas, y eso, viniendo del submundo futbolístico, tiene un
gran mérito. Recordemos el anuncio: un padre y a un hijo salen del Calderón,
cariacontecidos por una nueva derrota del Atlético de Madrid. De repente,
el niño mira al padre y le pregunta:
“Papa, ¿Por qué somos del Atleti?” El niño no entiende porqué su papá le ha
hecho del equipo que siempre pierde, cuando lo fácil hubiera sido hacerle del
Real Madrid, los que ganan siempre y del
que son todos sus compañeros de clase. El padre se queda en silencio y con cara
de tonto, y cómo no sabe que decirle, hace un flashback en su cabeza y recuerda
como, cuando él era niño, hizo la misma pregunta a su padre y tampoco tuvo
respuesta. Por fin, ya de vuelta a la realidad, comprende que esa pregunta no
se puede contestar, pero que tampoco hace falta, porque ahora, sin que nadie se
lo explique, ya sabe el porqué: ha cogido el camino que siente, el que
considera justo, sin importarte también que sea el más difícil.
Una vez leí
que el éxito del Capitalismo radica en que es un sistema fácil, porque acepta
al ser humano tal y como es, mientras que el Comunismo exige que el ser humano
cambie. No se me ocurre una explicación más sencilla y más acertada para
explicarlo: El Capitalismo asume que el ser humano es egoísta y acaparador, que
mira siempre por su propio bien y como mucho, de los de su entorno inmediato.
En cambio un sistema comunista necesitaría un ser humano solidario y que sólo
aceptara la riqueza siempre y cuando el de al lado tuviera lo mismo que él, o
como mínimo, las necesidades básicas bien cubiertas. Por eso nos es mucho más
cómodo aceptar la desigualdad, aunque conozcamos las consecuencias de ello,
porque nos es más fácil asumir que el mundo es injusto que intentar cambiar o
buscar que cambien los demás. Siguiendo
esa lógica, también se llega a la conclusión
de que, en un sistema capitalista, es también más fácil ser de derechas
¿Por qué?
La derecha
tiene su base ideológica en que cada individuo es distinto de otro (ahí estamos
todos de acuerdo), pero más concretamente, en que hay unos mejores que otros y
que por lo tanto, son los mejores los que deben gobernar y acaparar la riqueza
y los privilegios. Por su parte, los peores tienen la misión de ayudarles primero
a conseguir esas riquezas y luego, a mantenerlas. A cambio, los mejores les
dejarán existir gracias a las migajas
que a ellos les sobran. Luego, para conseguir que los peores (que por supuesto
son mayoría) se mantengan dóciles, se proclama una máxima: que todos somos
iguales ante la ley (y ante las urnas), y que por muy peores que seamos, en un
sistema capitalista siempre está la opción de progresar y con suerte, se puede acabar
siendo uno de los mejores. ¿Dónde está la trampa? En que lógicamente, al mismo
tiempo que nos hacen creer esa milonga, van gestando un aparato que impide que
los peores puedan ni siquiera acercarse a ese sueño ¿Cómo? dificultando su
acceso a los estudios, a la sanidad o incluso al empleo, porque está demostrado
que, cuanto más le cueste a una persona cubrir sus necesidades básicas, menos
le importa el hecho de progresar en esta vida y sobre todo, que acepta con
naturalidad que otros vivan como dios. A esta estrategia se la conoce como el
“Techo de Cristal”, una barrera invisible, pero que nos impide alcanzar
nuestros objetivos.
Habrá quien
piense que es justo que los mejores estén arriba y los peores abajo, pero por
si alguien aún no se ha dado cuenta, matizo que “los mejores” son aquellos que
tienen el dinero (y a veces lo tienen porque sí, por herencia o porque han
tenido mejores cartas al empezar la partida, no porque se lo hayan ganado) y
“los peores” somos los que no lo tenemos.
Por todo ello,
tenemos tan asumida la desigualdad que
la consideramos natural e inevitable, e incluso positiva. No importa que
haya injusticia y que nos pisen mientras que el sistema nos permita progresar y
ser nosotros los que pisemos el día de mañana.
Otro
spot publicitario muy comentado fue uno de mediados de los noventa. En España
no llegó a emitirse, pero salió en los telediarios, pero más por lo anecdótico
que por el contenido:
Mijail
Gorbachov, el último dirigente de la Unión Soviética, apenas cinco o seis años
después de dejar el gobierno, pasea con una niña por Moscú y parece que le
entra hambre. Como gracias a su política es posible encontrar uno, entra en un
Pizza Hut y allí se sienta cerca de una familia humilde moscovita. El padre,
con visible cara de asco, se percata de la presidencia de su ex líder y exclama:
“Es Gorbachov, por su culpa vivimos en una incertidumbre económica”, a lo que
el hijo, con brillo de esperanza en la mirada responde “por su culpa tenemos
oportunidades”. El padre, arrepentido por no haberle soltado una hostia a su
hijo cuando tuvo la oportunidad, sigue argumentando: “Por su culpa hay
inestabilidad política”. El hijo, que se las sabe todas, sigue provocando “Por
su culpa tenemos libertad”. El padre no se rinde y dice “Tenemos Caos” y el
hijo sigue a lo suyo: “Tenemos esperanza”…finalmente, la madre, no se sabe si
por convicción o por evitar que llegue la sangre al río, interviene: “Gracias a
él tenemos muchas cosas, como Pizza Hut”. Parece que ese argumento tan cojonudo
convence a ambos y todos acaban siendo partidarios de Gorbachov, al que
vitorean.
La diferencia
entre el padre y el hijo es que el primero sabe de lo que habla porque es lo
que ha tenido durante toda su vida. En cambio, el hijo habla con la esperanza
propia de alguien con toda la vida por delante, pero también con la ignorancia
lógica del que habla de algo que aún no ha pasado. Quince años después, el
tiempo ha puesto a cada uno en su sitio. Efectivamente y como afirmaba el hijo,
en Rusia ahora gozan de la libertad que ofrece el capitalismo: visten como las
estrellas de cine, van al McDonalds y ven conciertos de Rock (aunque en los 80
ya los había en la URSS), algo que sus padres no pudieron disfrutar. También
disfruta de cosas que sus progenitores no conocieron, como el desempleo y el
difícil acceso a la vivienda. También ha podido comprobar como las bondades del
capitalismo ha permitido a algunos rusos convertirse en algunas de las personas
más ricas de este mundo, en total, 131 multimillonarios a día de hoy. Como el
joven no parece que sea ni Vexelberg, ni Usmanov ni Abramovich, es de imaginar
que 15 años después de ese anuncio, no haya mejorado demasiado su situación.
Puede incluso que sea de ese 13% de la población que vive en el umbral de la pobreza, que no
tiene acceso ni a la vivienda ni a la calefacción (según datos de 2011, con
tendencia al alza)…pero eso sí: tiene un Pizza Hut en Moscú
No digo que el
Comunismo sea la panacea, ni siquiera la solución (un sistema que permite a un
capullo como Gorbachov llegar al poder demuestra tener muchas lagunas), pero al
menos sí es un sistema cuyo principio es que mientras haya, todos tienen. Quizá
partiendo de esa base se pueda ir avanzando desde el propio Capitalismo.